domingo, 5 de abril de 2009

El pecho no se da, se ofrece

"Una mano lo envuelve./ Llora. Lo engaña un pecho. Prende los labios. Sorbe./ Más tarde su pupila la tiniebla deslíe y alcanza a ver dos ojos, una boca, una frente./ Mira jugar los músculos de la cara a su frente, y aunque quién es no sabe, copia, imita y sonríe.” Alfonsina Storni, “El hombre”.

Denomino sostén de pecho a la primera contención corporal que el adulto le ofrece al niño: más allá del acto de dar de mamar, la zona de contacto que predomina en este sostén es el pecho del adulto. Hay una tendencia bastante generalizada a llevar al bebé contra el pecho, atraerlo, darle apego en el cuerpo que sostiene. Otra forma de contención, con disminución de los contactos, podría designarse como sostén de brazo: se ayuda con los brazos a quien algo puede por sí mismo; el niño, pasados los primeros meses de vida, comienza a vivenciar la posición de sentado sobre los brazos del adulto que lo sostiene.

Y hay también un sostén de mano, en la función de acompañamiento. Hay un momento fundamental en el desarrollo, que es la aparición de la marcha. Esta adquisición comienza a gestarse, en parte, en los brazos del adulto: antes de que el niño pueda acceder a su propio sostén, y en diversas situaciones, es mantenido por los adultos en posición vertical, dejando apoyar levemente los pies del niño sobre la mesa, sobre el piso o sobre los muslos de quien lo sostiene. Este antecedente de la autonomía postural erecta nos muestra que el autosostén no es total, ya que parte del peso del niño es sostenido por el adulto; la posibilidad de la verticalidad y el apoyo plantar preludian la marcha. En esta acción el adulto ejerce un sostén con las manos, brindando su cuerpo como apoyo.

En comparación con las anteriores, en esta situación, la del sostén de mano, se observa un apoyo más localizado y discriminado. La adquisición de la marcha autónoma no implica una separación del contacto con el cuerpo del adulto. Si bien, en el lenguaje cotidiano, al referirse al niño ya no se lo designa como un “niño de pecho” o un “niño de brazos”, su cuerpo aún es sostenido, esta vez llevado de la mano.

Algunos compuestos de la palabra “mano” –del latín manus–, en los cuales el término “mano” se reduce a man, son, por ejemplo, mantener, mantenedor, mantenimiento, manutención. Estas palabras remiten a alimento y sustento: volvemos a encontrar, en esta acción de acompañamiento o sostén de mano, claras referencias al sostén de pecho. Si el “sustento” está en el sostén, la “manutención” está en la mano.

Las manos del adulto acompañarán en otros momentos los primeros pasos del niño. En la vida cotidiana, es común encontrar la acción ejercida por el adulto, quien toma con sus manos el tronco o las manos del niño, acompañando los primeros pasos de su marcha. Le “da una mano” en lo que está empezando a poder, lo acompaña.

En esta acción de comenzar a dar los primeros pasos, sostenido por el adulto o los hermanos mayores, el niño empieza a utilizar el piso, espacio de apoyo que compartirá con sus mayores. La mano del adulto funciona como un sostén y apoyo complementario y ambos se asocian en un plano semejante de verticalidad. El suelo está ahí para que ambos se apoyen, pero el adulto sigue sustentando desde su propio sostén. El suelo sirve de apoyo para el niño, pero no suplanta al sostén del adulto.

Esta función, entonces, está caracterizada por una complementariedad del propio sostén, que el niño comienza a desarrollar en el cuerpo del adulto.
Provocadores
Cuando el niño puede ya mantenerse en equilibrio –todavía inestable–, sosteniéndose por sus propios medios con la ayuda de los objetos que lo rodean, es frecuentemente incentivado a desplazarse. Este sostén que el adulto realiza lo denomino provocación. Los adultos provocan de distinta manera la aparición de la marcha. Es cotidiano en la crianza ver a una mamá o a un papá con sus brazos extendidos, esperando al niño que recorre el trayecto desde la pared, que le servía de apoyo, hasta sus brazos.

Se conoce la palabra “provocación” como la acción de incitar a una cosa y se la liga, generalmente, a un acto que tiene consecuencias negativas. El término “provocar” viene del latín provocare, formado por pro, delante, y vocare, llamar (otra acepción es “llamar para que salga afuera”, término derivado de “voz”). Este otro sentido alude entonces a un “llamado hacia adelante”, otorgándole a la palabra “provocar” un carácter de estímulo que, al estar desplegado en la relación, cobra el carácter de un vínculo estimulante. Es un llamado a entrar en una nueva acción que cambia su situación.

Si bien la marcha funciona como un modelo paradigmático, también podríamos analizar la provocación a la luz de otros aprendizajes. El ejercicio de esta función se caracteriza por la inclusión progresiva de un distanciamiento del cuerpo y del sostén del adulto.
Acompañantes
La función de sostén prioriza la relación corporal a través del eje del cuerpo. El niño es alzado desde su tronco. En épocas más tempranas aún, alrededor de los cuatro meses, es posible observar en los bebés movimientos de elevación del tronco (específicamente del pecho), solicitando ser alzados; en esta acción reproducen en forma activa el arqueamiento del cuerpo que se produce cuando el niño es tomado del tronco para ser alzado. El bebé que ha sido alzado en brazos con frecuencia transforma en forma activa una vivencia de cambio de posición que no puede generar con sus propios medios.

Las extremidades serán lugares de contacto y de sostén en otra instancia que llamamos acompañamiento: cuando el niño comienza a poder alternar los apoyos plantares en el suelo con un relativo equilibrio, el adulto lo sostiene de sus manos.

Durante la crianza, el sostén del adulto varía en una dirección que coincide con el desarrollo del tono muscular. El eje tónico postural, inscripto en el tronco, es el lugar hegemónico de la vida de relación en la primera etapa. Avanzado el tiempo, el territorio distal del cuerpo será una nueva zona de apoyo y de sostén.
Dar el pecho
“Nadie es capaz de sostener un bebé en brazos a menos que sepa identificarse con él”, escribió Donald W. Winnicott. El grado de indefensión en el cual se encuentra el ser humano al nacer coloca al adulto en la situación de anticiparse a las necesidades del niño. Muchas de las tareas que desarrollan los adultos en función del niño, o con el niño pequeño, se presentan en una relación de sostén. El niño “no puede” por sus propios medios desplazarse, acceder al alimento, higienizarse o abrigarse. El adulto “hace por él”, y esto ubica al niño en una relación de máxima dependencia.

Si los adultos saben que el niño “no puede”, buscarán por todos los medios satisfacer sus necesidades: una de las formas es anticiparse a ellas desde una práctica del dar.

Dar anticipadamente nos remite a una acción de pasaje (de alimento, caricias, cuidado) de una persona a otra, en la cual el “pedido” del otro no fue expresado, manifestado, explicitado, pero el dador supone o entiende que cubre de esta manera una necesidad del otro. Muchas acciones de dar se ejercen a priori, anticipándose al pedido. Si bien se puede “dar” el pecho estando el niño en total pasividad, no ocurre así con la leche, pues para que ésta fluya el bebé debe ejercer una acción. Al niño se lo sostiene pero no se lo alimenta, sino que “se alimenta”; el pecho alimenticio no se da, se ofrece.
Ofrecer la leche
Frecuentemente, la alimentación del niño pequeño se ejerce en una situación tal que el adulto se encuentra sosteniendo al niño. En el caso del amamantamiento, el acto de sostén ubica a la madre y al niño en una situación de contacto corporal muy especial, que genera un vínculo alimenticio donde algo fluye desde un cuerpo hacia otro. Fluidez y contigüidad, corriente láctea que contacta los cuerpos y unifica ambos organismos; pero para que el raudal de leche (apoyo) fluya, el niño debe succionar; no recibe pasivamente.

El bebé se alimenta desde el borde más saliente del cuerpo humano (pezón), contraste notorio con su antigua alimentación placentaria. Este acto de alimentación, se trate del pecho de la madre o de la mamadera, se realiza en una situación de sostén, sostén de pecho.
El sostén de pecho tiene características particulares.
En el niño: gran parte de su cuerpo está en contacto con el del adulto, con excepción de algunas zonas; es contenido por el cuerpo del adulto; se encuentra en una posición tendiente a la horizontalidad, con elevación de la cabeza y descenso de los pies; su rostro está girado hacia el que sostiene; durante la mamada, el niño no aparta la mirada del rostro de su madre; en muchos momentos, tiene un brazo en contacto con el cuerpo del adulto y el otro con mínimos contactos. Sus manos pueden estar activas en simultaneidad con el movimiento de la boca.

En el adulto: se encuentra en posición sentado o recostado, rara vez deambula o está de pie; hay una tendencia inicial a ofrecer su costado izquierdo para el apoyo de la cabeza; la cabeza del bebé descansa en el ángulo del reverso del codo; las manos del adulto no cumplen una acción específica de sostén, pueden contactar, acariciar; el peso se dirige desde los brazos hacia el pecho o abdomen; generalmente, y en los comienzos, el adulto no realiza otras acciones al mismo tiempo que alimenta, salvo mirar al niño que succiona o dejar la vista perdida; gran parte de su cuerpo no está en contacto con el niño, sus brazos y pecho están a disposición de él; hay cierta quietud en ambos, sin muchos cambios posturales, salvo el pasaje de un pecho a otro o de un brazo al otro en situaciones de fatiga o cansancio.

La figura del amamantamiento se da en un fondo de sostén, fenómeno que por su importancia ha sido destacado por numerosos autores. En realidad, las satisfacciones que surgen de la relación madre-bebé son múltiples y no derivan todas de la alimentación: también están la tibieza del abrazo, el sosiego del mecimiento, las caricias y los encuentros de la voz y la mirada, y todo ello erotiza una relación que encuentra en el alimento un momento al principio privilegiado, pero que si fuera el único dejaría al niño en la más profunda anorexia, pues no sólo de leche vive el bebé (Sara Paín, Estructuras inconscientes del pensamiento. La función de la ignorancia. Ed. Nueva Visión, 1973).
En brazos
“Los bebés no recuerdan haber recibido un sostén adecuado: lo que recuerdan es la experiencia traumática de no haberlo recibido”, escribió Donald W. Winnicott. Más allá del acto de alimentación, el bebé suele encontrarse en posiciones similares en otras situaciones; es una de las formas más comunes de estar con él en los espacios de tiempo que transcurren entre el sueño, la alimentación, el baño y la higiene. Cuando el niño pequeño llora, en la mayoría de los casos, sea cual fuere el motivo del llanto, el adulto lo toma en brazos y lo sostiene; es el recurso más espontáneo que se observa. Desde ese lugar da y ofrece otras cosas para aliviar el llanto.

Cuando el “tener en brazos” se transforma en un sostén, adquiere el valor de un dar. La sola acción de tener en brazos no garantiza que se esté produciendo un acto de sostén. El sostén de apoyo se compone de actos y acontecimientos, más que de simples apoyos.

Cabría realizar una diferenciación entre los términos tener (agarrar, tomar, asir) y sostener . Tener no marca diferencia sobre lo que se tiene. Se tiene un objeto; se sostiene a una persona. Se puede tener lejos del cuerpo (en el sentido de poseer), pero en cambio, al sostener, el cuerpo se hace necesario.

Agarrar (de “garras”) es una acción de llevar hacia sí; como tomar y asir, no implica acciones a posteriori, no da cuenta de las acciones subsiguientes.

El sostén implica un acto de intercambio desde una asimetría empática. Sostener es consecuencia de un aprendizaje. Es común pensar que el adulto “debe saber” sostener al niño, como también saber decodificar sus pedidos. Este saber proviene de su propia experiencia en brazos de otro, es un saber inconsciente que debemos diferenciar del conocimiento. El mito del saber del cuerpo, en cuanto saber “natural” que habilita las acciones, se implanta como obstáculo culpabilizante en el aprendizaje del nuevo contacto vincular.

Si bien el juego con muñecas es una “preparación para”, no garantiza de por sí la eficacia del sostén. La muñeca no pide, sino que le hacen pedir. Entre el “deber” y el “saber” se instala la situación del “poder hacer”.

“Los bebés son muy sensibles al modo como se los sostiene; por eso lloran cuando están en brazos de una persona y descansan tranquilos en los de otra, ya desde muy pequeños. A veces una niña pequeña pide tener en brazos a un hermanito recién nacido, y esto constituye un gran acontecimiento para ella. Una madre prudente, si le permite hacerlo, no depositará en ella toda la responsabilidad, y estará presente todo el tiempo, lista para volver a tomar al bebé en sus brazos seguros. Una madre prudente no dará por sentado que la hermanita mayor se siente segura con el bebé en sus brazos; esto sería negar el significado de la experiencia.” (D. Winnicot, Los bebés y sus madres, ed. Paidós, 1989).

Si bien cada niño se expresa de forma diferente, el adulto, ante el llanto, recurre a una misma acción concreta: lo sostiene, lo tiene “upa”. La aflicción de los mayores ante el llanto del niño recién nacido los lleva a un dar envolvente, traen al niño hacia su cuerpo, lo abrazan.

Esta situación de dos cuerpos que se contactan conforma una relación de máxima cercanía e indiscriminación. No sólo se presenta cuando el bebé llora, sino que el abrazo constituye también una de las formas de estar con él. Esta conducta quedará impresa de tal forma que en cuanto el llanto irrumpa en el niño, aunque sea grande, buscará los brazos del adulto.Por Daniel Calmels *
* Fragmentos de Del sostén a la transgresión. El cuerpo en la crianza, de reciente aparición (ed. Biblos).

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